Caperucita calculó que con el frío que hacía allá afuera, y que de seguro era mayor en el bosque, y tomando en cuenta la poca ropa que solía llevar, quemaría fácilmente sesenta calorías para mantener una temperatura corporal promedio. La idea de gastar la energía calórica que había consumido al comer una ensalada esta mañana la alivió de sobremanera, pues sus dedos ya estaban un tanto cansados de quemarse con el ácido gástrico que subía por su garganta cada vez que se introducían en su boca.
¡Espera Caperucita! -Dijo la madre- Ponte tu abrigo rojo; ¡¿Qué va a pensar la gente del barrio si te ve así de pilucha?! Dirán que no tenemos dinero para comprarte ropa, que somos malos padres, se darán cuenta de que tu padre está cesante, y ya sabes que no me gusta que la gente piense cosas de mí.
* Me importa más la imagen, que imagino, que los demás puedan hacerse de mí, más que si tienes frío.
A lo que Caperucita respondió: No tengo frío mamá… estoy bien así.
Mamá pareció no escuchar a su hija, y poniéndole el abrigo replicaba: Si, si tienes frío.
* Ni siquiera puedo confiar en mis sensaciones… mamá se adelanta y programa lo que he de sentir. Dejé de creer en lo que yo sentía, dejé de escuchar lo que mi cuerpo me decía… incluso decidí no pensar más lo que era correcto…
Entonces mamá dijo: ¡Ahh! No quiero que tu abuela piense que no he aprendido a cocinar aún, que su hijo se caso con una “cuica linda” que no sabe hacer nada. Quiero que estos panecillos estén perfectos. Pruébalo Caperucita, y dime como andan de azúcar. A lo que nuestra anoréxica heroína se niega rotundamente, y aduce a una excusa patética, como: No tengo hambre, ya comí, me cae mal el azúcar, me van a salir caries, estoy a dieta, no como panecillos porque están hechos con huevos y soy vegetariana, etc., etc.
* Tengo tanto miedo de no ser perfecta, como tus panecillos, tanto miedo que imagines que los vecinos imaginen que tienes una hija horrible, que has sido mala madre. Tengo tanto miedo de que me sobre azúcar, que ya no me quieras, que me encuentres horrible, que no te sientas orgullosa de mí, que la abuela piense que no sabes como balancear mi dieta
La madre parece ni siquiera escuchar la ansiosa negativa de Caperucita y pone en frente un plato con tres panecillos, diciendo: ¡Que linda es tu madre que te tiene bien regaloneada con pastelitos, no como a tus primos que están tan flacos esos pequeños demonios, mira que tu tía Ana no sabe cocinar ni un huevo, o quizás no quiera ensuciarse las manos la señora perfección.
* Siempre le tuve envidia a mi hermana Ana, pues mi estricto padre la quería a ella. A mi me trataba de alocada, de irresponsable, de tonta incluso, si no cumplía las rígidas reglas que se le ocurrían. Pero Ana siempre cumplió todo al pie de la letra, era la más ordenada, la que llegaba a la hora, la que tenía siempre limpio, la que obedecía, la perfecta… aunque le cortaba la cabeza a sus muñecas. Yo siempre llegaba tarde, me escapaba de la escuela, no hacía los quehaceres, y mucho menos seguía las reglas… pero cuidaba mucho a mis muñecas. Nunca pude competir con Ana… mi único consuelo, es mi hija Caperucita, que es mejor hija que cualquiera de los hijos de Ana.
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